martes, diciembre 20, 2016

Jöl

Fechas hay, en el tiempo circular, en las que cada cierto ciclo las puertas se abren. ¿Las puertas?, ¿qué puertas? ¿Las clásicas puertas del Otro Mundo? Sí, también esas, pero, además se abren, se agrietan, se estremecen, se entreabren, las puertas que dan paso a nuestra capacidad de decir sin fingir y de hablar sin temer; y es entonces cuando nada queda en los tinteros (¡si aún hubiera tinteros, ahhh!) y me doy permiso de recordar la luz;

y como se filtra por las montañas,
como se derrama entre los colores,
como la nieve se convierte.
en el espejo del sueño.
Y el frío no es un puñal
que corta las mejillas,
sino el testimonio de que estoy vivo.

Y sí, apenas se acercan las fiestas de Jöl,
del clásico Solsticio, de la pobre Navidad estigmatizada,
recuerdo que no le temo al fuego
ni le temo al mar.
que aprendí a cantar cuando hace frío
y a llorar cuando las noches se rompen en el sol del amanecer.

Y recuerdo, recuerdo sin que sepa donde nació el recuerdo, el día que supe quien era el destino y el día que supe que los caminos siempre son senderos que se entrecruzan, porque cada vez que dejo mi casa, cada vez que regreso a ella, son otros los pasos y otro Oscar que vuelve. Peros siempre regresa una parte de mí, y siempre, siempre, hay una parte de mí que en las fiestas del Solsticio se aferra a la memoria de de los seres queridos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario