La otra noche, cuando comprendí que había pasado otro invierno y que no
había escuchado el canto del petirrojo, sentí una nostalgia muy intensa
de mi casa anterior y del petirrojo diario. Una nostalgia que se podría
convertir literatura con sólo dejarla suelta. No sé por qué no lo
escribí enseguida. Me he acordado ahora, cuando ya es tarde, porque este
fin de semana he vuelto al presente y cuánto he oído los cantos de los
jilgueros y de los verderones o verdecillos, que no sé, y de otros
pájaros que ya ni la duda tengo de cuáles pueden ser, pero qué fiesta.
Adiós a aquella nostalgia tan pura, pues.
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