jueves, junio 01, 2017

Ayer me robé tus dedos los crucé para más suerte
bailé al compás de un cielo que prometía lluvia,
que me negaba el paso a las sombras de siempre
luego, de tarde, vino en negro dolor de la ausencia,
el temor a una profunda tristeza al quebrarse las nubes
y ver salir el ingenuo sol para alumbrarte.

Tomé el camino de costumbre,
anduve las mismas calles, l
os mismos edificios de siempre me saludaron,
aún en tu ausencia
caminé por esas veredas a las que temo,
crucé mañanas, otoños,
pasé cerca del lugar donde vi por vez primera tu manía de ser incomprensible
al fin llegué a tocar el suelo cuando las saludé en la esquina
ellas, las gloriosas atadoras de cables perdidos,
las que hacen que mis pies toquen tierra
y también tomen vuelo de vez en cuando.
Convicciones, más dudas y el horrible pánico
de no saber qué hemos de encontrar
un día, por favor un día,
lluvia, deja que me moje un día en la cordura
de sus manos apresuradas,
de su compás soñoliento, de su animada velada un día, por favor,
lluvia, un día deja que me incruste en la frente la certeza
de que somos algo, de que no vacilamos todo el tiempo
entre sueños ajenos,
de que somos más palpables de lo que pensamos.
Al fin la calle es toda nuestra,
todo un camino recto para ascender al pesado aire que rodea la sala
colores, no recuerdo qué colores, pero los había
ahí sí, crucé los dedos que había robado
y cerré por un instante los ojos fue distinto,
pero fue casi lo mismo.
Nada, palabras que hay que sacar,
silencios, un incontrolable deseo de escapar
del gusto amargo de una soledad ajena
caminamos nuevamente en silencio,
la tarde se pierde en un cielo dividido.
¿Lo recuerdas? Dos cielos

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