En los siglos XVII y XVIII se llamaba refresco al alimento moderado o
refrigerio que se tomaba para reparar fuerzas o a modo de colación.
Había un refresco sencillo compuesto de queso y vino. Era propio de
gente del campo. Otro tipo, más refinado, se servía con bebidas frías,
dulces y chocolate. El beber frío era obligado y muy del gusto de todos
los españoles de la época, muy dados a frecuentar las botillerías. La
polémica sobre si era bueno o perjudicial ingerir bebidas heladas
se mantuvo durante siglos. Para enfriar las bebidas se traía nieve de
las sierras cercanas y se vendía en los mercados -como producto de
primera necesidad y a precios populares- durante el período estival. En
los Anales de la Plaza de Toros de Sevilla del marqués de Tablantes se
dan cumplidas referencias de los refrescos ofrecidos por los maestrantes
a los invitados a los festejos taurinos. En 1730 consta que " los
diputados gastaron en su balcón 50 libras de dulce a tres reales, tres
garrafas de frío a 25 y otras 3 de agua clara a 3 reales". En las
cuentas de 1734 se da cuenta del gasto en los siguientes agasajos: 16
arrobas de bizcochos, de diversas calidades, a 29 cuartos la libra, y
ocho libras de panales de espumilla del maestro confitero José
Gutiérrez. Costó el refresco 1.114 reales, a lo que había que añadir 980
más de 32 garrafas de helados. Los panales- que también aparecen en las
cuentas de 1737, 1740 y 1741- eran azucarillos o panes de azúcar. En
1740 el dulce, fino o basto, procedía de determinadas confiterías y de
las cocinas de algunas mujeres que lo elaboraban con especial esmero.
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