Si una mujer hubiese puesto su mano ligera
sobre el comienzo aún delicado de esta ira;
si hubiera habido alguien, que estando ocupado,
ocupado en lo más íntimo, te hubiese encontrado
quedamente cuando tú, mudo, saliste a consumar la acción;
si tu camino hubiera conducido
cerca de un taller despierto,
donde hay hombres martillando, donde el día se realiza
simplemente; si en tu mirada plena
sólo hubiese habido al menos un espacio donde cupiese la imagen
de un escarabajo que se afana;
de repente y con clarividencia
habrías leído la escritura cuyos signos tú
grabaste lentamente en ti desde la infancia,
intentando de tiempo en tiempo que en ello se formara una frase:
¡ay, y ella te pareció un sinsentido!
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