martes, marzo 27, 2018

"No hay puertas —dice Octavio Paz—, hay espejos". Que es como decir que cada cosa lo es. Que cada cosa, más que sí misma, es un obstáculo en el camino de alguien, para invitarlo a regresar. Erguida como un espejo, que a la vez que trunca, cristaliza y apresa. Y duplica e imaginiza las cosas, que es la manera de matarlas, de restarles para siempre lo que tenían de reales y de únicas. Que devuelve y hace del futuro, presente, y de lo que está delante, lo mismo de lo que está en su sitio, regresándolo. Es decir no vedándole el paso, o devolviéndolo para cualquier lado del atrás, como la puerta. Sino, poniéndolo, como por la fuerza, en el exacto lugar y momento donde estaba. Encerrándolo en sí.
"se regresa de uno mismo a uno mismo",
dice Paz, enclaustrado definitivamente más que en sí mismo, en su pensamiento y en su espejo.
"Alguna vez, frente a frente yo mismo,
se deshizo mi rostro en el espejo;
¿eras mi propio rostro,
ese helado reflejo de la muerte?
Se pregunta a la vida y contesta; la muerte.
Pero la muerte no contesta".

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