Es increíble el tono utópico de este texto ante los días que corren. Uno
pensaría que pocas veces tuvimos tantas opciones como ahora, pero
resulta que sólo estamos al tanto del abanico de vidas que no queremos
vivir (padecer) por saberlas al riesgo de la supresión por parte de este
régimen práctico y simbólico en el que estamos. Veo la respuesta de
otras generaciones, sobre todo gente que pasa de los 35-40, y envidio la
determinación y la rabia que los movía y empuja todavía a
no ser totalmente subordinados a este mundo empobrecido de experiencia.
Escucho a la gente quejarse, pero siguen prestando sus potencias a una
red de instituciones ante las cuales se saben víctimas, pero nos
conformamos con el corral en el cual se nos permite gozar ya castrados
nuestros deseos. Guattari dice: «Ya no podemos soportar que se nos robe
nuestra boca, nuestro ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros
intestinos, nuestras arterias… para hacer las piezas y las labores de la
innoble mecánica de la producción del capital, de la explotación y de
la familia.», pero lo hacemos, lo permitimos más que nunca: hoy día todo
el mundo quiere una familia: con sus espos@s, los hijos que entregarán a
esta tradición de atropellos, sus mascotas convertidas en personas
decentes y hasta piadosas. La familia se ha colado hasta ahí donde el
deseo era, en otro tiempo, un acto creador de potencias subversivas y
joviales. Somos la tía, hermana o madre de nuestras amigas jotas, ¡cómo
sí los cuerpos sólo pudieran pasar por ese régimen de inscripción! Ante
la posibilidad de una relación afectiva cifrada en términos menos
objetivantes, siempre volteamos a ver primero en qué medida la apertura
mina nuestra propiedad privada. Generalmente trato de mantenerme al
margen del discurso de la denuncia crítica porque me parece un tanto
trágico y otro tanto neutralizado, pero hay días, como este, en el que
me causa algo intermedio entre la nostalgia y el asco, ver lo fresas y
mutuo-persecutorios, lo subordinados y cómodos que estamos con este
mundo. No siempre creo en otro mundo de posibles, hay tardes en las que
sólo veo la proliferación de cuerpos y deseos tan bien castrados que ya
no les importa saber con certeza a qué Amo sirven.
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