La gente no quiere saber por qué pasó nada, sólo qué pasó y que el mundo
está lleno de imprudencias, peligros, amenazas y mala suerte que a
nosotros nos rozan y en cambio alcanzan y matan a nuestros semejantes.
Se convive sin problemas con mil misterios irresueltos que nos ocupan
diez minutos por la mañana y a continuación se olvidan sin dejarnos
escozor ni rastro. Precisamos no ahondar en nada, que se nos desvíe la
atención de una cosa a otra y que se nos renueven las desgracias ajenas,
como si después de cada una pensáramos: 'Ya, qué espanto, ¿de qué
horrores nos hemos librado?' A diario necesitamos sentirnos, por
contraste, supervivientes inmortales
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