Me enamoré de las ondas de su melena,
de aquella caída en libertad sobre su espalda.
Me enamoré de la proporción mágica de su talle
y de cada pierna con su media.
Me enamoré de su cintura
donde la mirada no dejaba de dar vueltas.
Me enamoré definitivamente de aquellos brazos
que florecían en unas manos llenas de galaxias.
Me enamoré como un tonto (el más listo de los hombres
soy yo, porque estoy con ella desde entonces),
me enamoré del colmo de sus labios
que pronunciaron por vez primera mi nombre.
Me enamoré en el acto, y fui directo a sus ojos,
sin que nadie pudiera impedirme el paso.
Allí estaba -y aquí está-, tan perfecta.
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