Existe un lugar donde van todas las cosas perdidas. Una ciudad hecha con
montañas de juguetes rotos, llaves, carteras, paraguas. Un océano de
teléfonos móviles con sus pantallas verdosas apagándose y encendiéndose.
Hay libros dejados en el metro, monedas, notas de todos los tipos y
colores. También a lo lejos pueden verse infancias, voluntades,
esperanzas, sueños... alegrías aleteando en bandadas grises.
Incluso hay personas, caminando solitarias por esas calles sin saber muy bien dónde están.
Sobre ese horizonte de rascacielos formados por cosas viejas se abre un cielo oscuro y turbulento. Un remolino que de vez en cuando absorbe aquí y allí alguno de los objetos, si por casualidad son recuperados por sus dueños.
¿Y cómo lo sé? Porque yo he viajado allí, al abismo, en busca de una niña de cabellos rubios y ojos grandes. Para conseguirlo he dejado mi trabajo, he quitado mi nombre del buzón, he abandonado a mis amigos. He borrado cada fragmento de mí de la mente de otros hasta desvanecerme. Y ser nada.
Pero cuando la encuentre tendré que volver de alguna manera, y sólo hay una llave para escapar del olvido: que alguien piense en mí. Por eso te he mandado esta carta. Ahora me conoces. Y aunque sólo sea un segundo me imaginarás allí abajo, mirando hacia las nubes, al torbellino, con ella abrazada a mí, dispuesto a emprender el vuelo. Sólo falta una cosa.
Mi nombre es...
Incluso hay personas, caminando solitarias por esas calles sin saber muy bien dónde están.
Sobre ese horizonte de rascacielos formados por cosas viejas se abre un cielo oscuro y turbulento. Un remolino que de vez en cuando absorbe aquí y allí alguno de los objetos, si por casualidad son recuperados por sus dueños.
¿Y cómo lo sé? Porque yo he viajado allí, al abismo, en busca de una niña de cabellos rubios y ojos grandes. Para conseguirlo he dejado mi trabajo, he quitado mi nombre del buzón, he abandonado a mis amigos. He borrado cada fragmento de mí de la mente de otros hasta desvanecerme. Y ser nada.
Pero cuando la encuentre tendré que volver de alguna manera, y sólo hay una llave para escapar del olvido: que alguien piense en mí. Por eso te he mandado esta carta. Ahora me conoces. Y aunque sólo sea un segundo me imaginarás allí abajo, mirando hacia las nubes, al torbellino, con ella abrazada a mí, dispuesto a emprender el vuelo. Sólo falta una cosa.
Mi nombre es...